jueves, 16 de febrero de 2012

Mi opinión – Hoy me ha pasado algo muy bestia: de Daniel Estorach Martín


He de admitir que al principio no me atrajo la idea de continuar leyendo esta “novela” por el lenguaje que el autor utilizaba, pero enseguida noté que más que una opción de escribir así, era necesario. Pongo novela entre comillas, no porque sea menos, sino porque es algo más que eso… es diferente, y mucho. La historia te atrapa de una forma muy diferente y curiosa, y llegas a creer que te transformas en el personaje principal. Sufres y te sorprendes igual que él, y para ello se necesita un lenguaje mucho más cotidiano y simple, y eso no es equivalente a pobre; ni mucho menos. Un diario muy raro y trepidante; atrapante. Soy fan de la ciencia ficción y creo en los superhéroes que nacen de lo cotidiano, y Daniel ha conseguido que ese sentimiento vuelva a florecer en mí, como si fuese niño de nuevo.
Ahora… la polémica nace en el formato en que se presenta esta aventura. Para los lectores de hoy y los del mañana, es muy familiar ya que nos vemos continuamente sumergidos en blogs, artículos, y demás. Para los de antes… no lo sé. No es porque desconfíe en el éxito del formato (ni mucho menos) es simplemente porque no lo sé de verdad. Su transición de la pantalla de un ordenador o una Tablet, a formato de libro, es algo tanto sorprendente como fuera de lo común, y puede que ahí radique el ingrediente del éxito. Pero todo se verá. Yo desde luego recomiendo su lectura ya que cumple con creces su cometido que es nada más y nada menos, que entretener. Echo de menos las descripciones del entorno, pero sobre gustos los colores. Y por el formato no es necesario. Desde luego todo cambia, y la literatura también. Puede que nos encontremos con un claro ejemplo evolutivo de la misma y los escépticos necesiten más tiempo para digerirla, pero para los más receptivos, es como probar un sabor innovador en un restaurante nuevo, y os aseguro que repetiréis.
Alexander Copperwhite

De la gloria que muere

El aire olía a frío; la carne alrededor de la herida abierta olía a frío. Incluso la peste que solía segar las  vidas de los desgraciados, pobres o ricos, había parado su nefasto trabajo por culpa del frío. Ni la patata traída desde occidente, ni el arroz proveniente del lejano oriente salvaba a las vidas de los hambrientos. Los expertos afirmaban que el sistema solar se había detenido y que pronto, Dios acercaría de nuevo el sol a la tierra, que era el centro del universo.
Michelle, agotado por las largas caminatas, no le preocupaba lo que predicaban los charlatanes desde sus lujosas casas repletas de carne salada y trigo seco. La herida le dolía. ¿Dónde estaban esos cálidos días de verano de los que tanto había oído hablar? Recordó que de pequeño se había fijado en una pintura muy extraña que había colgada en una pared de un edificio muy grande. Un elefante peludo atrapado en un bloque de hielo gigante. Que extraño. -Pensó Michelle cuando lo vio-. Ahora, cuando mira sus congeladas manos y el viento atraviesa su cabeza de oreja a oreja congelando su cerebro, está convencido de que pronto será el quien se quedará atrapado en uno de esos bloques y que tal vez con un poco de suerte, le descubrirán en el futuro y mostrarían a los pequeños visitantes pinturas suyas. Pero estaría muerto. Ese pensamiento no le agradó.
El cabalgante se acercaba aprisa portando un mensaje cifrado. El general bajito y con cara de malas pulgas lo recibió, y lo ojeó a disgusto. Ni Marco Polo tuvo que soportar esta clase de penurias. –Musitó Michelle-. La guerra estaba perdida. Sólo los hombres con trajes bonitos y estrellas en la pechera se negaban a aceptarlo. Con la mirada triste, se fijó en sus compañeros y ladeó la cabeza. ¿De qué sirve la guerra? –Preguntó-. ¿Dónde está la gloria y donde están las ovaciones? Los fogonazos de los cañones de los rusos, dispersaron sus pensamientos. Los petardos de hierro y plomo estallaban cerca de sus posiciones, llevándose a más atormentadas vidas por delante. Para algunos era una liberación, y no un castigo. Ni el hambre, ni el miedo, ni el dolor te acompaña con la muerte. –Se dijo a sí mismo-. La guerra sólo trae la miseria, y nunca la paz.
Hombres del mundo despertad. La penumbra de nuestras acciones, retumban como un eco sobre las paredes de la historia, que jamás descansa. Perdonad mi osadía y mi ignorancia, y decidme ¿dónde está la gloria en la muerte, la sangre y el orgullo? ¿Dónde está la dulce despedida de la vida, cuando tus entrañas asoman por tu costado? ¿Dónde está esa gloria tan deseada y aclamada? Perdonad mi osadía, pero yo escruto la gloria en cuadros antiguos, de Napoleón y otros reyes y emperadores, y únicamente veo soledad… y remordimientos.
Alexander Copperwhite