El aire olía a frío; la carne alrededor de la herida abierta olía a frío. Incluso la peste que solía segar las vidas de los desgraciados, pobres o ricos, había parado su nefasto trabajo por culpa del frío. Ni la patata traída desde occidente, ni el arroz proveniente del lejano oriente salvaba a las vidas de los hambrientos. Los expertos afirmaban que el sistema solar se había detenido y que pronto, Dios acercaría de nuevo el sol a la tierra, que era el centro del universo.
Michelle, agotado por las largas caminatas, no le preocupaba lo que predicaban los charlatanes desde sus lujosas casas repletas de carne salada y trigo seco. La herida le dolía. ¿Dónde estaban esos cálidos días de verano de los que tanto había oído hablar? Recordó que de pequeño se había fijado en una pintura muy extraña que había colgada en una pared de un edificio muy grande. Un elefante peludo atrapado en un bloque de hielo gigante. Que extraño. -Pensó Michelle cuando lo vio-. Ahora, cuando mira sus congeladas manos y el viento atraviesa su cabeza de oreja a oreja congelando su cerebro, está convencido de que pronto será el quien se quedará atrapado en uno de esos bloques y que tal vez con un poco de suerte, le descubrirán en el futuro y mostrarían a los pequeños visitantes pinturas suyas. Pero estaría muerto. Ese pensamiento no le agradó.
El cabalgante se acercaba aprisa portando un mensaje cifrado. El general bajito y con cara de malas pulgas lo recibió, y lo ojeó a disgusto. Ni Marco Polo tuvo que soportar esta clase de penurias. –Musitó Michelle-. La guerra estaba perdida. Sólo los hombres con trajes bonitos y estrellas en la pechera se negaban a aceptarlo. Con la mirada triste, se fijó en sus compañeros y ladeó la cabeza. ¿De qué sirve la guerra? –Preguntó-. ¿Dónde está la gloria y donde están las ovaciones? Los fogonazos de los cañones de los rusos, dispersaron sus pensamientos. Los petardos de hierro y plomo estallaban cerca de sus posiciones, llevándose a más atormentadas vidas por delante. Para algunos era una liberación, y no un castigo. Ni el hambre, ni el miedo, ni el dolor te acompaña con la muerte. –Se dijo a sí mismo-. La guerra sólo trae la miseria, y nunca la paz.
Hombres del mundo despertad. La penumbra de nuestras acciones, retumban como un eco sobre las paredes de la historia, que jamás descansa. Perdonad mi osadía y mi ignorancia, y decidme ¿dónde está la gloria en la muerte, la sangre y el orgullo? ¿Dónde está la dulce despedida de la vida, cuando tus entrañas asoman por tu costado? ¿Dónde está esa gloria tan deseada y aclamada? Perdonad mi osadía, pero yo escruto la gloria en cuadros antiguos, de Napoleón y otros reyes y emperadores, y únicamente veo soledad… y remordimientos.
Alexander Copperwhite
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