La oscuridad es la ventana por donde la mente ve… cuando los ojos descansan, y conforme más te adentras en ella, más consigues ver.
*
Su respiración se tornaba tenue y apacible. Sus parpados se abrían lentamente y sus pies sentían el helor del suelo. Se sintió vivo. La tierra, grumosa y húmeda, se le metía entre los dedos y eso le agradaba de tal forma, que se esforzaba por introducir sus pies un poco más adentro, hasta que sus uñas notaban el tacto de la gravilla que se encontraba bajo la esponjosa superficie. El olor a clorofila que desprendía la hierba al quebrarse, le invadía las fosas nasales e impregnaba sus pulmones, purificándolos. Y la espesa y grisácea bruma, que envolvía el entorno y lo transformaba en un espectáculo blanquinegro, le rodeaba y le abrazaba.
Batió los brazos e intentó apartar la espesura de su alrededor. Ladeó la cabeza hacia la derecha y terminó por vislumbrar unas sombras que paulatinamente, tomaban formas extrañas. Sus ojos se estaban acostumbrando a su nuevo entorno. Los pétalos de unas margaritas, de tonos ceniza que rodeaban un corazón aterciopelado de color negro, comenzaban a aparecer cual capullos que se abren al ser acariciados por el sol. Pero se encontraban en la oscuridad. Muy cerca, justo por encima de las margaritas, las ramas de unos almendros se entrelazaban entre sí, creando una imaginaria telaraña de un grosor imponente y de un olor almendrado.
Él se detuvo y se lo pensó dos veces antes de continuar con su incauto paseo.
Agitó sus manos a modo de abanico para despejar la negrura de sus ojos. Dio un par de pasos hacia adelante y de repente se detuvo. Un zumbido, suave y melódico, casi musical, atrajo su atención por la derecha, y poco a poco, pasó por encima de él y se detuvo cerca de su oreja izquierda. ¿Qué será? –Pensó-. Entonces el zumbido se acentuó y desapareció en cuestión de segundos. Él intentó seguirlo con la mirada. Incluso movió rítmicamente la cabeza persiguiéndolo, pero fue en vano.
De pronto, un diminuto punto brillante apareció de la nada. El zumbido resultó ser una luciérnaga, que al agitar con fuerza su cola, un parpadeo comenzó a diluir la oscuridad y a conceder color a la tierra, y a las flores, y a los árboles. Por donde quiera que pasase, la luciérnaga revelaba la verdadera belleza del lugar. Los pétalos de las margaritas aparecieron blancos como nubes, y sus centros se parecían a burbujas de color miel arrugada. Los almendros que coronaban la parte superior, adornados por las flores de almendra de manchas rosáceas, se tambaleaban suavemente y el polen que soltaban creaba una ilusión vaporosa que se escurría hacia el suelo.
Conforme más revoloteaba la luciérnaga por los alrededores, más detalles se desvelaban. Una fina hilera de hormigas rojas, cargadas con semillas verdes, amarillas y castañas, se extendía por los troncos creando unas ficticias enredaderas de un arcoíris quebrado, o unos hilos de acuoso colorido. Mágico. La luminosidad que reverberaba sobre el rocío que acariciaba el todo, titilaba con cada movimiento causado por el viento, o por el forzoso empuje de un animal que se encontraba de paso.
Entonces, medio centenar de mariposas alzaron el vuelo y se mezclaron con la naturaleza, y agitaron las margaritas, y se bañaron en el polen, y ahuyentaron a la luciérnaga; pero la luz no se marchó con ella. Poco a poco, un brillo dorado, cálido y diáfano, desterró la oscuridad por completo y las mariposas se veían con mucha más claridad. Él no sabía si quería seguir con la mirada a la que tenía las alas de corazón, o a la que arrastraba con su cuerpo los restos de un hilo de seda verdoso. Hasta que finalmente, una mariposa se detuvo a descansar en su dedo. ¡Ohhh! –Exclamó-. Levantó la mano hasta acercársela a la altura de su cara, e intentó escucharla. La mariposa le contaba cuentos de hadas, anécdotas de duendes, y enigmas de ranas sabias, pero él no era capaz de entenderla. Por mucho que la acercase a su oído, y por muy capaz que fuese en diferenciar el sonido de su voz, no comprendía sus palabras. Y justo cuando pensaba que por fin empezaba a distinguir una palabra entre las muchas que le susurraba, la mariposa alzó de nuevo el vuelo y siguió al resto de sus compañeras que se alejaban desapareciendo en el horizonte.
Un ruido trajo el silencio y una cálida sensación en el pecho le distrajeron. Se sintió extrañamente complacido, mientras un olor a tostadas con arándanos caramelizados le aguó el paladar. El resplandeciente escenario fue apagándose hasta que una mancha de diluida tinta azul o de desgastada tela verde, comenzó a apoderarse de todo. Y la oscuridad regresó de nuevo. Él no tenía miedo, sino más bien todo lo contrario. Experimentaba la sensación de volar hacia otro lugar, igual de bello e igual de mágico. Estaba flotando.
Y entonces… abrió los ojos.
Las figuras de sus padres aparecieron ante él, y sus voces, suaves y cariñosas, le preguntaron casi al unísono.
- ¿Has dormido bien hijo mío?
Y él, esbozando una tímida sonrisa y restregándose los ojitos, sencillamente contestó:
- Sí.
De cinco estrellas, Alexander. El relato suena a música celestial, amigo, valga la comparación. Un abrazo :o)
ResponderEliminarMuchas gracias por tus amables palabras querido amigo. :-)
EliminarComo siempre un placer leerte, Alexander. Tu forma de describir los lugares consigue que nos capucemos en ellos y vivamos la aventura. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarY para mi siempre es un placer verte en el ciberespacio. Espero que coincidamos pronto. :-)
EliminarQué preciosidad imaginar ese escenario que describís tan dulcemente. Nos llevas a vivir ese momento y ese lugar. Me encanta leerte, un beso grande.
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