Esta mañana he mantenido una
conversación muy interesante con mi amigo y escritor José Docavo Alberti, y
llegué a la conclusión de que en este oficio, como en muchos otros, las incertidumbres
terminan por apoderarse de nuestros pensamientos. Al principio uno puede pensar
que ser, o tratar de ser, escritor es algo laborioso, aunque rodeado por
constantes satisfacciones, que nos ayudan a sumergirnos aún más en un mundo de
fantasía, o de pajaritos, arbolitos y ardillas voladoras, como lo yo lo
denomino. Pero pronto descubrí que no era así, y que el camino por ganarse a un
lector (como comienzo) estaba plagado de obstáculos de todas clases, colores,
matices, matrices, narices, perdices, y todo lo que uno se puede imaginar.
Las preguntas de mí querido amigo
(que no voy a desvelar para mantener el misterio, y por guardar el secreto de
una conversación privada) me recordaron lo perdido que estaba cuando comencé a
dar mis primeros pasos como analfabeto disléxico, en un mundo de monstruosos
maestros de la prosa y la palabra. Vamos… de novel-ete o novato (como más os guste). No es que sea su caso,
puesto que le estoy leyendo y se trata de un magnífico escritor, pero de una
manera sencilla empezamos a plantearnos las estrategias a seguir para
conquistar a esa "presa" tan difícil de conseguir, que es el lector. No pretendo soltar
una verborrea sin sentido alguno, sólo me gustaría comentar el final de la
conversación que, entre otras cosas y rarezas, me recordó lo que realmente
importa, y lo que finalmente cala en el paladar mental de aquel que nos lee. LA HISTORIA. No importa lo buenos que seamos, creamos ser, o pretendamos ser… el
lector nos devorará si la historia le gusta, nos maldecirá si la historia le
aburre, nos aplaudirá si la historia le emociona, y cuando llegue el momento de
cerrar el libro (porque lo ha terminado, ¡o no!) lo más probable es que se
quede con la historia, y que nuestro nombre permanezca donde de verdad debe
permanecer… en el olvido. Al igual que nosotros vivimos a través de nuestros personajes,
el lector también lo hará. Y puede que algún día… algún fatídico día, al lector
le pique la curiosidad y vuelva a leer ese manchón en la portada. ES NUESTRO
NOMBRE.
QUE VIVA LA HISTORIA, y lo demás
vendrá solito.
Gracias por recordármelo José, un
fuerte abrazo.
Gracias a ti Alexander por estas bellas palabras y por la conversación mantenida. La soledad del escritor se hace más llevadera con personas como tú, especialmente para alguien como yo, que, digásmolo así, acaba de salir del huevo. Un abrazo amigo.
ResponderEliminarUn placer querido amigo. :-)
EliminarEstoy de acuerdo con vos Alexander, si la historia gusta, seguimos leyendo!! y se recuerda el nombre del autor, por supuesto, porque si gustó una historia, esperamos la próxima ;)-
ResponderEliminarUn beso!
Gracias por la seguridad que inspiras, querida Karina... Un fuertísimo abrazo. :-)
EliminarPor esta razón explícita, los grandes escritores han sido escurridizos con la fama. Absortos en una guardilla han devorado inviernos y han muerto de hambre. La fama se lía con la obra y la obra se hace sólo cuando el lector la hace suya, la revive.
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