Pintar, garabatear, deletrear, escribir y relatar. El bebé que pinta se expresa, el niño que garabatea escribe, el profesor que deletrea enseña, el anciano que recuerda compone, y todos ellos relatan. La simiesca simplicidad, de una evolución paulatina y mundialmente aceptable, se desvanece ante la complejidad del asunto. La letra “a” del niño indica dolor y la misma letra, manifiesta negación en boca de un adulto. ¿Un palíndromo evolutivo? ¿Por qué cuando un hombre escribe, anhela su niñez, y cuando un joven lo hace se cree un adulto? Las teorías cósmicas se desbaratan ante tal conclusión. ¿Se siente más viejo quién más sabe, o quien más años tiene? O es posible sentirse como un mancebo el resto de nuestras vidas… Y concluyo; la mente humana es maravillosa, única y excepcional. Si lo divino existe, sin duda reside en ella. De ahí nacen las esculturas, las catedrales, los puentes, los cuadros, los relatos y todo lo que nos rodea. Darwin nos mostró de dónde venimos, pero no a dónde llegaremos…
Alexander Copperwhite
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