Sus ojos reflectaban las caricias del mar y de sol, a través de la ondulada imagen de las olas. Las algas verdes, se contoneaban al ritmo de la marea, y los peces que descansaban cerca del arrecife, también. La espumosa respiración que exhalaba la feliz pareja, raudamente emergía hasta alcanzar la lejana y apacible superficie. Un coro de sardinas aleteaba a su alrededor, emulando un enorme remolino repleto de vida. Un pez manta, de extraordinarias dimensiones, mimaba el arenoso fondo del mar mientras se alejaba. Un calamar tintaba su entorno de azul oscuro que se diluía entre las cálidas corrientes. Los movimientos de la joven, emulando a los de una sirena, enamoraban a su acompañante que disfrutaba con su contoneo. Unas caricias, unos besos fingidos a través de las gafas de buceo, unas sonrisas marcadas por los ojos. El incesante burbujeo de amor, se adaptaba a la perfección bajo el mar. Un pez mariposa, de colores amarillos anaranjados con rayas negras, se acercaba para observar. Un adormilado pulpo aguardaba, y las olas, rompían en la superficie creando un manto blanco que sombreaba a la pareja. Nubes de agua las llamaron. Y en ese lugar perfecto. En el espacio donde se originó la vida en la tierra. Se prometieron amor eterno sin hablar, y con sus caricias, se prometieron que estarían juntos para siempre.
Alexander Copperwhite
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