En el bosque de Maferen, dónde el perejil trepa alrededor de los árboles y entre el musgo de invierno, el nacimiento de una nueva e inesperada criatura se esperaba con ansiedad. Los roedores enredaban las ramas de los arbustos para crear un lecho, los búhos lo vigilaban durante la noche, los canarios lo adornaban durante el día y entre tanto y tanto, los pavos reales salvajes, lo refrescaban con su aleteo durante las horas del medio día. La criatura mágica, mitad humana y mitad sueño, compartiría con los habitantes del bosque un amor tan profundo, que jamás, nunca jamás, nadie se sentiría sólo.
Los pinos abanicaron el claro, los ciervos revolotearon de alegría y los peces del estanque cercano, saltaban ondulando sus cuerpecitos y reflectando los rayos dorados del sol. La criatura estaba a punto de llegar. Nacería entre los racimos de uvas salvajes y los pétalos de rosas que yacían en el lecho sin marchitarse. El rojo vivo, el verde oscuro y el transparente acuoso de la bruma matinal, ejercerían de manto de bienvenida. Los canticos de los pájaros y el correteo de las liebres; de música. Y el viento refrescaría la vaporosa agua que abrazaría a la recién nacida.
La pequeña, apartaba la dulce tierra de sus hombros para abrirse paso, olisqueaba los pétalos de rosas para coger ánimos y chirriaba dócilmente para acompañar a los canticos. Armonioso. Su tacto era bendito. Su sonrisa divina. Su cuerpo esculpido con firmeza y esbelteza. La más bella de las bellas, y la más deseada de todas.
Los años transcurrieron, y la bella del bosque de Maferen se hizo mayor. En todo el mundo se hablaba de su extraordinaria belleza y de lo poderosa que era. Creaba vida de la nada. La árida tierra se convertía en fértil y con un solo beso, revivía petunias y aclaraba las aguas.
Cuatrocientos príncipes, mil cuatrocientos embajadores y veinticinco mil caballeros reclamaron su mano. Ella no sabía a quién escoger. Ella era feliz en el bosque junto a su familia; la naturaleza. Los hombres se arrodillaron ante ella, y le hicieron promesas de prosperidad y riquezas, de glorias y honores, de coloridos tejidos y alegres castillos ajardinados. Pero se sentía triste porque percibía la envidia en sus ojos. Todos querían poseerla y amarla hasta la saciedad. Todos darían su vida por ella.
La dama no se decidía y los hombres empezaron a dudar. Dudaban de la nobleza de sus adversarios y de la pureza de sus intenciones. Se miraban malamente, se despreciaban, y lo que había empezado como un caballeresco cortejo, lentamente se transformaba en disputas verbales. Y poco a poco; el corazón de los hombres se envenenó de amor y deseos, y se retaron unos a otros.
-Alto-. Dijo la dama del bosque. –Ya he decidido con quién voy a casarme-.
El silencio volvió a imperar en el bosque. Los puños se ablandaron y las cabezas dejaron de pensar en la posesión y en la lujuria.
- Me casaré con el bosque-.
Los hombres se quedaron atónitos. Algunos empezaron a reírse de impotencia y otros se mostraron enojados.
- Eso no es posible-. Dijo el más brabucón.
- Sí lo es-. Contestó la dama.
Lentamente, acarició la humedecida tierra que la rodeaba, enterró la punta de los dedos de sus pies, y miró hacia el cielo. Sonrió con dulzura y despreocupada. – Tomo esta decisión porque os amo a todos-. Su cuerpo empezó a estirarse, sus dedos a alargase, su cristalina voz a extinguirse. Sus uñas se convirtieron en centenas de hojas verdes, sus pechos en multitud de ramas perfectas y su cantar, en un suave contoneo del viento.
Los hombres se inclinaron ante tal regalo. El árbol de la vida.
Alexander Copperwhite
No hay comentarios:
Publicar un comentario